La campaña electoral puede compararse a cuando se inicia un nuevo año y miles de individuos se proponen bonitos propósitos como estudiar más, volver a contactar con antiguos amigos del colegio o ir al gimnasio.
Si esta idea la extrapolamos al panorama político, todos los partidos tratan de mostrarse como los más solidarios y catalogan a los demás como hipócritas e intolerantes, sea de la idea que sea. No cabe duda de que muchos propuestas son positivas y un ejemplo de ello es la de Pedro Sánchez sobre el problema social en Cataluña sobre la independencia, ya que propone el diálogo como vía pacífica y satisfactoria para todos.
En "mi humilde opinión", la palabra lleva al acuerdo y este a que la solución repercuta positivamente a todos, mientras que la aplicación del artículo 155 que exigen PP y Ciudadanos representan una intolerancia basada en un supuesto cumplimiento de la ley.
Dicha intolerancia se puede ver cuando se trata la independencia como si fuera una ideología que incite al odio a la violencia. Simplemente, hay personas que opinan que su comunidad vivirá mejor sin depender de ningún Estado y se debe respetar. El delito llega cuando se trata de alienar a la gente, sobretodo en las aulas y se intenta llevar a cabo un paso tan importante sin la presencia de un consenso.
Por lo tanto, si la sociedad está dividida en aspectos políticos tan delicados como preferir autonomía o independencia, el deber de un gobierno competente no es otro que mediar en este dilema para llegar a un punto medio satisfactorio para partidarios de ambas posturas porque las dos no promueven violencia si se defienden de la forma más ética.
Así que, que nadie trate de comparar el problema de Cataluña con el de ETA o el del nazismo porque una cosa es tratar de hacer que las personas adoctrinadoras y sectarias estén fuera de cualquier cargo de responsabilidad y otra muy distinta es reprimir un ideal respetable.
Pero claro, las palabras siempre se las lleva el viento y no solamente porque del dicho al hecho hay un trecho, sino porque las intenciones del discurso pueden contener deseos de resolver situaciones difíciles o de escupir demagogia hacia masas manipulables.
Desgraciadamente, la segunda opción es la que hace pensar que Pedro Sánchez ha lanzado este guiño al territorio catalán como forma de ganarse apoyos en esa zona, ya que su dureza hacia el sector independentista se ha ido ablandando a medida que su idilio con el poder se hacía más adictivo y para colmo, han tratado de dejar satisfecho a esa parte de la población con un aumento de inversiones que necesitarían otras regiones desiertas como Extremadura y no atajando un asunto que es el que más interesa a nivel social.
Eso sí, resultaría ventajista calificar a Pedro Sánchez de no haber intentado dialogar con Quim y compañía, pero las actitudes veletas y el extraño favoritismo económico hacia esa región retrata la hipocresía emergente por el poder. ¿Cuándo cambiará esta tendencia? Pues no se sabe, pero uno espera que en tiempos de destrucción verbal, se aprenda que la cordura y el diálogo son los mejores ladrillos para construir algo nuevo y mejor.